jueves, 20 de octubre de 2016

José Antonio Primo de Rivera tenía sangre guaraní

Notapor Asturkick http://www.foroexplayate.com/phpBB3/viewtopic.php?f=32&t=28455

Los primos que vivían al lado del río, o sea, los Primo de Rivera

por Javier Memba

Parece ser que Mussolini dudaba de la capacidad de un aristócrata como José Antonio Primo de Rivera para liderar la versión española de algo tan popular como su fascismo. A buen seguro que el Duce ignoraba que algunos de los hagiógrafos del Ausente –así llamaban los falangistas a su fundador– llegaban a situar los orígenes de la familia Primo de Rivera hasta en el mismísimo imperio romano. La periodista Rocío Primo de Rivera, sobrina nieta de José Antonio, además de sentir “un profundo y amargo rechazo por toda esa parafernalia con la que se le convirtió en un santón de la Historia reciente de España”, no da ningún crédito a esa teoría que remonta su árbol genealógico a un tribuno de la Legión Séptima del emperador Servio Sulpicio Galba, que respondía al nombre de Marco Antonio Primo.

En efecto, como viene a dar noticia en Los Primo de Rivera (La Esfera de Los Libros), cuya publicación coincide con el centenario del nacimiento de José Antonio, la de Rocío fue una familia de militares hasta que los hijos de su bisabuelo, el dictador Miguel Primo de Rivera, se inclinaron por otras actividades ajenas a la carrera de las armas. Héroes todos ellos, su servicio
discurrió en paralelo al declinar de aquel imperio donde no se ponía el sol. Las abuelas y las tías contaban a los niños las hazañas de sus ancestros en el campo de batalla y los pequeños soñaban con emularlas. Así fue durante siglos, hasta que a España no le quedaron colonias que defender.

La autora remonta sus orígenes a siete generaciones antes que ella. Curiosamente, aunque los Primo de Rivera desde tiempos inmemoriales pertenecen a la aristocracia andaluza, sus primeros miembros eran cántabros. El apellido, cuyo significado no es otro que el evidente –“los primos que vivían al lado del río”– es originario de Santander. Corrían los días en que las tropas de Carlos V reclutaban soldados para luchar en Flandes y todos los varones jóvenes de aquella familia, que tenían derecho a ser oficiales por “la pureza de la sangre demostrada y por no haber realizado trabajos viles”, se alistaron en la expedición. De esta manera, varias ramas de los Primo de Rivera se establecieron en las provincias unidas holandesas.

“Nosotros, los actuales Primo de Rivera, descendemos directamente de Enrique, hijo o nieto de uno de aquellos oficiales, cuya vida fue paralela al declinar histórico del poder español. Su fecha de nacimiento en Bruselas data de 1621”, escribe la autora. Dieciocho años después, Enrique Primo de Rivera es soldado en una compañía de Infantería valona capitaneada por Guillaume de Montbertault. Buen espadachín, en 1647 es nombrado sargento y el 27 de febrero de 1659, capitán. Meses después se firma la paz con Francia. Después de tres años alejado del fragor de la batalla, en 1662 parte a Cuba acompañando al recién nombrado gobernador de La Habana, Francisco Dávila Orejón. Sienta así el ya veterano soldado otra tradición en la familia, que también llegaría a ser una de las más destacadas entre la aristocracia colonial. “Fue gracias a hombres como Enrique Primo de Rivera como se construyó y cimentó Hispanoamérica”, apunta su descendiente en las páginas que le dedica.

Casado con una dama habanera, María Manuela Benedit-Horruytiner, el 4 de marzo de 1668 en tierras americanas, Enrique construyó fortines en La Florida, península de la que acabaría siendo sargento mayor, el más alto rango al que podía acceder un militar.

De los cinco hijos engendrados por el antiguo capitán de la Infantería valona en La Florida, el más débil y pequeño, Pedro, habría de ser un aguerrido capitán de dragones con 36 años de servicio en los que se sucedieron los combates contra los ingleses y contra los indígenas. De uno de sus hijos, Joaquín Primo de Rivera y Pérez de Acal, desciende la rama española de la familia. Nacido en Veracruz (México) el 23 de julio de 1734, fue cadete en dicha plaza antes de servir en el Segundo Batallón del Real Cuerpo de Artillería de Cádiz. Ascendido a teniente por su conducta en Ceuta durante una invasión marroquí, volvería a ser destinado a América, a la provincia de Panamá, para ser enviado otra vez a España en 1771. Dos años después, se casaba en la parroquia de La Merced de Algeciras con Antonia Eulalia Ortiz de Pinedo. Tres de los hijos nacidos de aquella unión habrían de combatir en el sitio de Zaragoza. Nombrado gobernador de Maracaibo en 1786, cuando Joaquín Primo de Rivera y Pérez de Acal falleció, en 1800, ya se habían asentado en Venezuela algunas ramas de su familia.

UN MARINO EN ZARAGOZA. José Primo de Rivera y Ortiz de Pinedo, cuyo retrato aún se conserva en la Torre del Oro de Sevilla, fue el primer laureado de la familia. Ganó la más alta distinción de la Armada española, la Cruz Laureada de la Marina, el 4 de marzo de 1812. Fue en Buenos Aires, combatiendo contra los independentistas argentinos. Habiendo destruido éstos las embarcaciones desde las que comandaba la flotilla española que les hostigaba, José consiguió subirse a un bote donde dirigió las operaciones para “desmontar la mayor de las baterías, que estaba compuesta por 24 cañones”.

Sin embargo, no faltarán lectores que prefieran una hazaña anterior del futuro almirante y ministro de Marina. Tuvo lugar ésta a orillas del Ebro. Corría junio de i808, Madrid estaba en manos de los franceses y el aún teniente de navío José Primo de Rivera huyó de la capital para ponerse a las órdenes del general Palafox en Zaragoza. Sitiada la ciudad aragonesa por el ejército de Napoleón, el marino demostró idéntico coraje combatiendo en tierra. Entre los rigores de aquellos combates se encontró con dos de sus hermanos: Joaquín, oficial de Infantería, y Antonio, oficial de Artilleros. Juntos celebraron la victoria de los españoles sobre la Grand Armée. Todos fueron ascendidos y condecorados por su heroísmo en aquella batalla.

Pero José, a diferencia de sus hermanos, prefería la nave al cuartel. De modo que su nuevo empleo –teniente coronel del Ejército– le fue permutado por el de capitán de fragata. “A bordo de bergantines y corbetas cruzó tantas veces el océano que la mirada se le volvió azul”, escribe orgullosa su descendiente. “Con su inseparable sextante, y sumergido en mapas, participó en las principales operaciones científicas que se llevaron a cabo para levantar las cartas y los planos de las costas comprendidas entre el Cabo de San Román, en el golfo de Maracaibo, y el escudo de Veragua, al oeste del istmo de Panamá”.

El futuro almirante frecuentó tanto Latinoamérica que en un servicio, que le llevó a Montevideo en septiembre de 1809, conoció a la que habría de ser su esposa. Como tantos hombres de su familia, quedó prendado de una mujer nacida en aquellos pagos. La alcurnia de Juanita de Sobremonte, la dama en cuestión, era tan alta como la de todas ellas. No obstante, a diferencia de las demás, por sus venas corría sangre india. De esta manera, siempre según sostiene Rocío Primo de Rivera, el mestizaje fue un hecho en su familia.

Hay un dato en la historia de doña Juana, según nos la refiere sor Carmen, la hermana monja del dictador en las memorias que escribió en su clausura, que, a buen seguro, desconcertará a quienes entiendan el ultranacionalismo español ajeno al mestizaje. Antes de que Enrique combatiera en Flandes, un aventurero español, Domingo Martínez de Irala, nacido al parecer en i487 en el seno de una familia acomodada, y desembarcado en el Río de la Plata en 1536, se unió a las hijas del cacique guaraní Moquirace. De aquella alianza nació Úrsula, “de quien descendemos los Primo de Rivera por parte de Juana de Sobremonte”, apunta la escritora.

En esa inmensa hoja de servicios, que es el relato de las glorias de esta familia, ocupa un lugar privilegiado el primer marqués de Estella. Ni que decir tiene que Fernando Primo de Rivera y Sobremonte ganó el marquesado en el campo de batalla. Finalizaba el siglo XIX y la guerras carlistas enfrentaron, como a tantas otras, a dos ramas de una misma familia. “Por un lado, los Primo de Rivera, liberales, y por otro, los Oriol, carlistas catalanes procedentes de Flix, Tarragona, que por matrimonio se asentaron en tierra vasca”.

El 18 de febrero de 1876, el general Fernando Primo de Rivera toma Estella en una batalla tan brillante que le vale el marquesado de la villa y la Cruz Laureada de San Fernando. Al día siguiente entra en Montejurra poniendo fin a la contienda. Nadie le vitorea con el entusiasmo con que lo hace su sobrino Miguel en la cocina de su casa de Jerez. Los criados le miran fascinados. Ninguno puede adivinar que, 48 años después, aquel pequeño que daba vivas a su tío, guiado por su lealtad a la Corona, pondría en marcha una dictadura.

Una de las primeras cosas que Miguel hizo cuando llegó a Madrid fue comprarse las miniaturas de uno de los regimientos de húsares españoles que combatieron contra los franceses, entre los que se encontraban dos fieles reproducciones de sus tíos. Apenas tuvo tiempo de jugar con ellos. Poco después de la adquisición, ingresaba en la Academia de Toledo. Recién salido de aquel alcázar, ganó su primera Cruz Laureada de San Fernando siendo un teniente de 23 años. El favorito de Rocío Primo de Rivera –en torno a él articula la memoria de toda su familia– no tardó en colaborar con su tío, el marqués de Estella, quien junto con sus antepasados y el general Prim eran su mayor ejemplo de servicio a España.

EN LAS COLONIAS. Aunque el marqués fue capitán general de Filipinas en dos ocasiones, su sobrino cumplió con todas sus obligaciones cuando partió a Cuba (1895) y a Filipinas (1897). Defendió las últimas colonias españolas tal y como cabía esperar del último descendiente de una familia de soldados.

Bien distinta fue su actuación tras el golpe de Estado que protagonizó el 13 de septiembre de 1923. Durante su dictadura, no sólo se suspendieron todas las libertades democráticas, sino que también se reprimió el movimiento obrero y cualquier tipo de manifestación disidente. Sostiene Rocío que el mismo José Antonio, su hijo mayor, le reprochaba el encono con el que perseguía a Unamuno. A lo que el general respondía: “Conocer la cultura helena no le da derecho a uno a estar enredando todo el día”. Su impopularidad le obligó a dimitir el 28 de enero de 1930. Camilo José Cela diría de él que fue el único dictador que abandonó el poder cortésmente.

José Antonio, que para la autora “no era ni mucho menos el más brillante de los Primo de Rivera”, entró en política para defender la memoria de su padre. Su vocación eran los libros y el Derecho. Siempre según la escritora, antes de que su pensamiento, muy verde e inconcluso habida cuenta de que le mataron antes de que pudiera madurarlo, fuera terminado por otros y convertido en uno de los pilares del antiguo régimen, el fundador de la Falange había dejado dicho que no se veía como un líder fascista. Aborrecía a los señoritos que le saludaban a la romana con el brazo derecho en tanto que con la mano izquierda sostenían el vaso de whisky.

Meses antes, la Falange se había formado en las tertulias que un grupo de intelectuales –integrado, entre otros, por Julio Ruiz de Alda, Eugenio Montes, Víctor de la Serna, Ramiro Ledesma y el hoy tan aireado Rafael Sánchez Mazas– mantenía en un bar de la madrileña Puerta del Sol llamado La Ballena Alegre y en el chalé de los Primo de Rivera en el Paseo de la Habana. “Pero por las disputas y las diferencias entre los primitivos de la Falange, ésta fue un fracaso desde casi antes de su nacimiento”, apunta la sobrina nieta de José Antonio. “Fue su novia, Pilar, quien le sugirió que cambiaran la camisa negra, tan tétrica, por la azul, que, además de ser más suave, tenía un significado más acorde con sus objetivos”.

Según la autora, José Antonio frenó las iras de los falangistas en los primeros ataques que éstos sufrieron. Desde la proclamación de la República, todos los Primo de Rivera eran objeto de amenazas y atentados a diario. Mas sería en la guerra cuando todos los hijos varones del dictador, a excepción de Miguel –abuelo de Rocío–, serían paseados.

Para Rocío, la verdadera artífice del pensamiento joseantoniano fue su tía Pilar. Creó la Sección Femenina, según ella la única pieza del régimen en la que Franco no intervino, que contribuyó decisivamente a la emancipación de la mujer en España. A diferencia de otras familias, más o menos vinculadas a la vieja España, desde que en 1976 el procurador Miguel Primo de Rivera votara a favor de la reforma democrática, los Primo de Rivera, en general, no han tenido nada que ver con los nostálgicos de un régimen que les quitó el pensamiento de su tío abuelo José –así llaman ellos a José Antonio– antes de que éste estuviera terminado de elaborar y se puso a matar inocentes en su nombre.

Como Pilar, otra Primo de Rivera, Rosario, también demostró una gran preocupación social. “Cuando mi tía Rosario me contaba sus recuerdos se enfrentaba a un terrible cáncer”, apunta la autora. “Desde muy joven llevó a cabo una intensa labor de protección a la infancia mediante las fundaciones que sustentó. Lo supo compaginar todo con una intensa vida social: los Kennedy, los Alba, los Agnelli, los Borbón, aparecen junto a ella en sus álbumes de fotos. Convivió casi 20 años con Luis Miguel Dominguín. Una compenetración que es de sobra conocida y que les llevó a disfrutar de un dulce epílogo”. 

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Los bisabuelos. Miguel Primo de Rivera (1870-1930) y su esposa Casilda Sáenz de Heredia (1879-1908), bisabuelos de la autora del libro.

Estirpe de soldados. El general Fernando Primo de Rivera y su sobrino Miguel, antes de que éste partiera hacia Cuba en 1895.

En el penal. José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange, fue detenido el 14 de marzo de 1936.

Durante la Guerra Civil. El padre de la autora de la obra, Miguel Primo de Rivera y Urquijo, en 1936.

Una gran familia. La madre de la autora del libro, María Oriol, acompañada por seis de sus nueve hijos.


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