martes, 18 de agosto de 2015

OPUS DEI: LA MASONERÍA BLANCA

Conocida también como la “santa mafia”, el Opus Dei constituye una de las organizaciones más inquietantes –y polémicas– del cristianismo. Actualmente, ostenta un enorme poder dentro del Vaticano, pero las sospechas sobre las intenciones económicas de la orden y las denuncias de sus ex miembros han obligado a esta prelatura a defenderse de severas acusaciones. ¿Qué hay de cierto tras estas sospechas?
Desde la plaza que rodea el Vaticano hasta el Castillo de Sant Angelo, una masa que reúne a trescientos mil fieles procedentes de distintos rincones del mundo, aplaude enfervorizada la canonización de José María Escrivá de Balaguer, el fundador de una inquietante organización nacida en el seno de la Iglesia Católica: el Opus Dei. Aquello sucedía el 6 de octubre de 2002.

Trajeados con chaqueta y corbata o el reglamentario uniforme azul de los colegios privados, entre los asistentes también se encuentran altos cargos de la esfera social y política que se arrodillan ante la imagen de un controvertido personaje que, si bien es santo para unos, es poco menos que un demonio para otros. Tras su ascenso a los altares, uno de los prelados recita un salmo que sentencia la filosofía que inspira a los fieles de la “discreta” organización: “Pídeme y te daré las naciones en herencia y extenderé tus dominios hasta los límites de la Tierra. Los regirás con vara de hierro, como vaso de alfarero los romperás…”.

Opus Dei: ¿Obra de Dios… o del diablo?

El Código da Vinci ha popularizado la controversia en torno a la verdadera identidad del Opus Dei, bautizada por sus detractores como “la masonería blanca”. Aunque su primera sede en Estados Unidos se consolidó en 1949 en la ciudad de Chicago –solamente dos años después de que abriera su primera sucursal en el Vaticano– lo cierto es que el Opus no cuenta con gran presencia al otro lado del Atlántico, aunque desde la publicación de la novela, el número de solicitudes de ingreso ha ascendido nada menos que un 40%, lo que indica que la orden también ha sabido rentabilizar la polémica. De hecho, el pasado 22 de marzo se inauguraba su nueva página web en un intento por atender la masiva demanda de información que se ha generado en los últimos tiempos. Salvando las distancias, es algo similar a lo que ocurrió con la logia española de los Iluminati, que según su principal dirigente aumentó el número de afiliados tras ser mencionada en la película Tomb Raider que protagoniza Angelina Jolie. Y es que, como dice el refranero, “bien o mal, lo importante es que hablen de uno...”. Curiosamente, es en Norteamérica donde más han proliferado los grupos “anti-sectas” que denuncian la dinámica de “lavado de cerebro” desplegada por el Opus Dei. Argumentan que muchas de sus prácticas internas se asemejan a las de otras organizaciones bajo sospecha, como el secretismo de sus actividades, la obediencia y sumisión a la figura de su fundador o la repetición de frases imperativas o “clichés” –sentencias, en este caso, recogidas en el opúsculo Camino– con el objetivo de manipular el pensamiento y la conducta de sus adeptos.

Una de las asociaciones anti-Opus más beligerantes responde al curioso y extenso nombre de Nuestra Señora y San José en busca del Niño Perdido, una Alianza Ad Hoc para Defender el Cuarto Mandamiento. La sede del grupo se encuentra en la Madison Avenue de Nueva York, desde donde distribuye folletos informativos y guías de ayuda para padres de adeptos. Se definen como “un grupo de apoyo” para familiares y anima a todos los católicos “a orar en familia por todas las personas separadas de sus familiares como consecuencia de las prácticas del Opus Dei”.

En todo caso, y más allá de la desconfianza que el Opus Dei genera en el mismo seno de la colectividad católica, muchos expertos coinciden en señalar el carácter sectario que se perfila dentro de su dinámica interna. La inflexibilidad de su doctrina, por ejemplo, contribuye a encorsetar comportamientos que, en ocasiones, pueden rozar lo patológico. En su libro Hijos en el Opus Dei (1993), el español Javier Ropero, ex miembro de esta organización, menciona la obsesión por el sexo que acaba despertando en sus adeptos la rigidez disciplinaria: “Un pudor tan escrupuloso como el que se enseña en la Obra, lejos de desviar la atención del tema del sexo, la acentúa aún más. Es como si en vez de utilizar el monedero para guardar un billete de mil pesetas utilizásemos una caja fuerte; es probable que el posible ladrón vea en la caja de caudales aquello que en realidad no hay. Otro ejemplo lo tenemos en la época victoriana: la gran cantidad de problemas psicológicos derivados del exacerbado pudor y mojigatería de aquel momento condujo a Freud a postular que la mayoría de las afecciones psíquicas tenían un origen sexual”.

De niño maltratado a santo misógino
“Para fans de El Código da Vinci: si te interesa el auténtico Opus Dei, coge un folleto”, puede leerse en el expositor situado bajo la fachada del rascacielos de la calle 34 de Nueva York que sirve de sede principal para el Opus Dei. Sin necesidad de trasladarse a Nueva York para coger uno de estos pasquines, conozcamos brevemente la “obra” y milagros del fundador de esta organización...

Nacido un 9 de enero de 1902 en Barbastro (Huesca), Jose María Escriba Albás –motivos de estética aristocrática le harían cambiarse su apellido por el de Escrivá de Balaguer– fue un niño de naturaleza enfermiza, hijo de un aburguesado comerciante de paños de “economía desahogada” y una mujer tan devota de la Virgen como del bastón con el que amenazaba al futuro santo. Cuenta el propio Jose María que, como era tímido con las visitas que acudían a casa, se refugiaba en su habitación cuando venían las amigas de doña Dolores, su madre: “Me escondía debajo de la cama y me negaba a salir a la calle… Entonces, mi madre, con un bastón de los que usaba mi padre, daba unos ligeros golpes en el suelo, delicadamente, y entonces salía por miedo al bastón”. Episodios de este tipo y la lectura compulsiva del Cruzado Aragonés, un boletín reaccionario ultracatólico, terminarían forjando de manera perversa la mente del pequeño José María.

Milagrosamente recuperado de una grave enfermedad cuando apenas tenía dos años, su madre atribuyó el prodigio a la Virgen: “Hijo mío, tú ya estabas más muerto que vivo; cuando Dios te ha conservado en la Tierra, será para algo grande”. Y grande sería, desde luego, la organización que fundaría con apenas 26 años el 2 de octubre de 1928 durante un retiro “espiritual” en Madrid, sólo tres años después de haber sido ordenado sacerdote por “inspiración divina”.

Sin embargo, y según menciona Daniel Artigues en El Opus Dei en España (1968), quienes compartieron inquietudes con Escrivá durante su etapa en el seminario, lo describen como un joven que vivía “bastante al margen de sus condiscípulos”; mientras algunos de sus compañeros de estudios le recuerdan como alguien “poco involucrado en la vida común, de aspecto reservado y de temperamento rígido y ardiente, que se desbordaba a veces en bruscas y violentas cóleras”. 

Entre lo material y lo espiritual

Lógicamente, el testimonio de sus seguidores es bien distinto: “Con oración y penitencia constantes, con el ejercicio heroico de todas las virtudes, con amorosa dedicación e infatigable solicitud por todas las almas, impulsó y guió la expansión del Opus Dei por todo el mundo” es el resumen de las hazañas pastorales que puede leerse en el dorso de una de sus estampitas milagreras. Tuvieron que ser estos méritos más que suficientes para que, tan sólo veintisiete años después de su muerte, su retrato terminara elevado a los altares.

Omiten sus incondicionales hagiógrafos que, antes de alcanzar el cielo, un largo litigio que culminó en 1968 le permitió utilizar el título nobiliario de marqués de Peralta. Después alegaría que sus abuelos estaban emparentados con dicho aristócrata desde principios del siglo XVIII. Debe ser lo que él llamaba “materialismo cristiano”.

Precisamente, en su afán crematístico por captar seguidores generosos y solventes, se cuenta que el Opus Dei solicitó a la Santa Sede potestad especial para que le permitiera integrar en sus filas a “cooperadores” que no fueran cristianos. Así, según el revelador testimonio del Gran Maestre de la Gran Logia Regular de Italia en 2001, algunos masones no tuvieron problemas para ser aceptados en el Opus… y viceversa.

Ni mujeres ni películas religiosas 

Admirable u odiosamente carismático, lo cierto es que la figura de José María alimenta posturas enfrentadas. Mientras hay quien sostiene que su megalomanía le hacía solicitar a las mujeres que le sirvieran el mejor vino en puchero de barro, otros defienden que el Padre era abstemio y vegetariano por razones de salud.

De auténtico guión de película de espías es, desde luego, la historia expansionista del Opus, en la que se incluyen episodios tan jugosos como la del agente secreto del FBI –miembro de la Obra– que desempeñó labores de espionaje para la Unión Soviética.

Con la insistente “tozudez de un burro sarnoso” –expresión utilizada por el propio Escrivá– el “santico maño” logrará expandir su Obra por toda la geografía española y más allá. Desde 1946, el Opus Dei se extenderá por una treintena de países. Actualmente, cuenta con más de ochenta y cuatro mil adeptos repartidos en un centenar de naciones de los cinco continentes. Es el resultado de una estrategia expansionista en la que cobra vital importancia los coqueteos de la orden con plataformas empresariales y esferas de poder.

En España, a partir de 1956, la organización, que ya se había granjeado las simpatías del general Francisco Franco, comenzó a infiltrarse en el alto estamento político del gobierno del Régimen y logró varias carteras ministeriales: “¡Nos han hecho ministros!”, exclamó un pletórico José María al ver colmada su ambición por conquistar el poder. En 1969, cuando Juan Carlos I fue nombrado heredero a la Corona española, el Opus ya había logrado colocar a nada menos que doce de sus miembros entre los diecinueve ministros del gabinete franquista. En palabras del teólogo alemán Urs von Baltasar, uno de los religiosos más críticos con la “santa mafia”, el Opus significa “la más fuerte concentración integrista de la Iglesia (…). El integrismo se esfuerza en comenzar a asegurar el poder político y social de la Iglesia por todos los medios, visibles y ocultos, públicos y secretos”.

De hecho, el secretismo, antes que el verdadero sentimiento de religiosidad, parece ser la característica que mejor define la Obra, en cuyos estatutos internos se recomienda que en sus casas propias no se presente externamente “ningún signo que huela a casa religiosa”, al tiempo que se advierte que “las instrucciones publicadas y las que puedan en el futuro publicarse, así como los demás documentos no han de divulgarse”. No en vano, la Obra se define a sí misma como “una familia, sin cargar con los inconvenientes del afecto carnal; y como una milicia, con la fuerza, la más apta para la lucha, de una disciplina más severa”.

Beato Escrivá de la Calzada

“Sé intransigente en la doctrina y en la conducta. Pero sé blando en la forma. Maza de acero poderosa, envuelta en funda acolchada”; “La intransigencia no es intransigencia a secas: es la santa intransigencia. No olvidemos que también hay una santa coacción”; “No hace falta que ellas sean sabias: basta con que sean discretas…”. Así son algunas de las perlas doctrinales que se atribuyen a Escrivá y que revelan la preclara lucidez mental o el sentido del humor –siempre de “inspiración divina”- del fundador del Opus Dei, quien emprendió su primer paso a los altares un 26 de junio de 1975.

Isabel Armas, autora de Ser mujer en el Opus Dei cuenta, por ejemplo, que paseando cierto día por Roma escoltado por varios miembros, el fundador y sus discípulos se toparon con una estatua antigua, erosionada por el tiempo, a la que le faltaba la cabeza. Observándola fijamente, monseñor comentó: “No hay duda, es una mujer”. “¿Cómo lo sabe Padre?”, le preguntó perplejo uno de sus numerarios. “Es evidente: porque no tiene cabeza”.

No obstante, hay quien considera que la imagen del Opus Dei dibujada por Dan Brown en El Código da Vinci no se aleja demasiado de la realidad. En este sentido, resultan inquietantes testimonios como el del conocido empresario español Ruiz Mateos quien, tras abandonar la organización, confesaba a la revista Tribuna en agosto de 1989: “Distingo entre el Opus de Dios y el Opus homini de los hombres. Que el Opus de los hombres son capaces de matar no lo dudo. Ha habido demasiadas muertes violentas sin explicación…”. ¿Se refería a la Obra?

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