Cualquier persona con amplitud de miras, con inquietud intelectual, con un verdadero compromiso con la verdad y la Justicia social, cambiará de forma de pensar al comprobar el error en el que estaba. A veces ideológico. A veces estratégico. En ocasiones causado por los compañeros de viaje que, al tararear la misma música, hicieron creer que pensaban igual siendo absolutamente antagónicas las letras y sirviendo, además, a las cloacas del Estado.
Cambiar de chaqueta no es modificar el pensamiento o abrazar una nueva religión. De hecho, el objetivo primero y el último cuando uno argumenta, escribe, se expresa, es convencer a los demás. Por ello lograrlo no puede ser incurrir en chaqueterismo por el convencido. Cambiar de chaqueta es modificar el pensamiento de forma oportunista. Hacerlo para obtener prebendas. Es arrimarse, fraudulentamente, al sol que más calienta. Es un acto interesado de hipocresía oportunista.
Sentado esto, continúo. Comencé mi vida política siendo Falangista. Un falangismo juvenil atraído por las formas y parafernalia, repitiendo consignas sin reflexión,que es lo que hace la mayoría de los que se dicen falangistas hoy. Rápidamente comencé a profundizar en el falangismo auténtico, ya desde los tiempos de la Legión de San Miguel Arcángel, pero el titular grueso de la prensa junto a las compañías reaccionarias que me rodeaban no permitieron nunca que se escuchase mi mensaje revolucionario. Quienes han tenido ocasión de leerme y escucharme conocen la certeza de cuanto afirmo.
Las organizaciones que fundé o en las que milité fueron un intento de corregir el rumbo ultraderechista del ideario nacional sindicalista que siempre proclamé, reafirmándome y convenciéndome cada vez más de que era imposible porque no era cuestión de matices o puntos de vista concretos y aislados sino de divergentes y opuestas concepciones del hombre, del Estado, de la Patria, de la Justicia social y de todo. Que sólo parecían unirnos la caratula, la fachada, la parafernalia vacua y que, prescindiendo de ésta, estábamos en polos opuestos.Yo era un seguidor de Hedilla y Narciso Perales y mis compañeros de viaje, de la prostitución y falsificación Falangista que hicieron Franco, Arrese, Girón, Raimundo, Diego Marquez y demás chupatintas del régimen liberticida de Franco. Ellos unían, en sus corazones y panfletos, al fundador y al violador de la Falange, quedándose con los inicios de aquél. Y yo, aborreciendo al violador genocida, me quedaba con sólo la última época de José Antonio a la que aludo más arriba.
Hace falta mucho valor para romper con las amistades de toda una vida por coherencia y autenticidad política. Para tener incluso enfrentamientos en el seno de tu propia familia. Y todo ello sin obtener NADA a cambio. Sin ninguna prebenda ni puesto ni poder ni contraprestacion de ninguna clase. Sencillamente por coherencia y autenticidad política y personal, justo lo contrario del chaqueterismo político.
En esta tesitura conocí de primera mano el trabajo de Javier Iglesias en las villas miseria de Argentina y el del Movimiento Peronista Auténtico proveniente de los montoneros, y me enamoró profundamente. Y amplié mi forma de ver una patria, abierta y justa con todos sus ciudadanos sin distinción de razas, origen ni banderas, porque también sufrí lo que es ser inmigrante.
Ante ello, y en el colmo de la consecuencia política, que ya años antes me había llevado a romper del todo con toda la reacción pseudofalangista, no cabe más camino que resucitar el espíritu de la Auténtica del 79. Recrear una Falange de Izquierdas que nada tenga que ver con la casposa y reaccionaria que venden los medios de comunicación y que yo mismo he vivido. Alejarla del fascismo en el que yo únicamente milité como actitud, nunca como doctrina, tras comprobar que no es sino una herramienta de la oligarquía burguesa para inhabilitar a la clase obrera. Eso es Izquierda Falangista, la Falange Antifascista. Y su sitio está en un movimiento de masas ciudadano, capaz de realizar la revolución, como el 15M y luego Podemos, siempre y cuando este recupere su discurso y actitud primigenias.
Hace falta mucho valor para romper con las amistades de toda una vida por coherencia y autenticidad política. Para tener incluso enfrentamientos en el seno de tu propia familia. Y todo ello sin obtener NADA a cambio. Sin ninguna prebenda ni puesto ni poder ni contraprestacion de ninguna clase. Sencillamente por coherencia y autenticidad política y personal, justo lo contrario del chaqueterismo político.
No sólo no traiciono nada (jamás traicione a nada ni a nadie, esa es una de mis más conocidas virtudes) sino que me sigo dejando la piel y la integridad física y moral por recuperar lo más auténtico y fiel del falangismo primigenio por el que murieron no solo José Antonio y Ramiro, sino Pérez del Cabo, Juan Domínguez, Marciano Durruti y todos los demás falangistas auténticos fusilados por el genocida Franco.
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