Por: Borja Gómez de Lucas
<<Sostener en una conversación normal que alguien habla de forma ideológica, es seguramente mantener que está juzgando un tema particular según algún rígido armazón o mediante ideas preconcebidas que deforman su comprensión. Yo veo las cosas tal y como son; usted las ve distorsionadas a través del corsé impuesto por algún extraño sistema doctrinario>>. Ideología. Una introducción. T. Eagleton
<<Sostener en una conversación normal que alguien habla de forma ideológica, es seguramente mantener que está juzgando un tema particular según algún rígido armazón o mediante ideas preconcebidas que deforman su comprensión. Yo veo las cosas tal y como son; usted las ve distorsionadas a través del corsé impuesto por algún extraño sistema doctrinario>>. Ideología. Una introducción. T. Eagleton
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La cita del profesor inglés Terry Eagleton que encabeza este artículo expresa de forma genial el sentido coloquial que damos al concepto de ideología, como conjunto de ideas o creencias adscritas a una doctrina política. Visto de este modo, aquel que adhiere a una ideología, construiría sus opiniones a partir de ideas preconcebidas, rígidas, alejándose de una visión más realista y pragmática a la hora de pronunciarse sobre según que asuntos. Así no es raro encontrar que, frente a quienes asumimos y no
renegamos de tener ideología, son legión los que orgullosamente dicen guiarse por “su propio criterio”. De hecho la mayoría de nuestros vecinos, amigos o familiares no reconocerían sino a regañadientes que sus opiniones, sus valores y su “forma de ver las cosas” estarían mediados irremediablemente por algún tipo de ideología como veremos. Pues como bien señala Eagleton en su libro Ideología. Una introducción “la medida en que se está dispuesto a utilizar el término ideología en relación con las propias ideas políticas es un índice fiable de la naturaleza política de uno”. Pero, ¿qué entendemos por ideología?
Este artículo viene a cuestionar el sentido estrecho y reduccionista que confunde ideología con ideología política, que conduce a creer que pensar ideológicamente es algo exclusivo de aquellas personas que se identifican con una doctrina política.
Pero ¿por qué reflexionar sobre un concepto en apariencia viejo y roído como el de ideología? Bueno, parece lógico pensar que a pesar de que allá por la década de los 60 el sociólogo neoconservador Daniel Bell decretó el agotamiento o el “fin” de las ideologías (1), y de que otros autores postmodernos como Habermas consideraron que la dominación ideológica desapareció para dar paso a una dominación puramente tecnocrática del capitalismo tardío, “la difusión de valores y creencias dominantes entre los grupos oprimidos de la sociedad desempeña algún papel en la reproducción del sistema” como reconoce Terry Eagleton. En este sentido pensar la ideología es pensar la dominación política, cultural, etc. y a su vez inmunizarnos contra su asimilación inconsciente.
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Origen del término
Tradicionalmente se atribuye el origen del término ideología a los ilustrados franceses (2) del s. XVIII, concretamente a Destutt de Tracy, quien en su obra Elementos de la ideología la define, en sentido positivo y empirista, como el estudio de las ideas que derivan de las sensaciones. Es decir, originalmente ideología aludía al estudio científico de las ideas humanas. Un ideólogo era un filósofo que “pretendía revelar la base material de nuestro pensamiento”, era de hecho un crítico de la ideología entendida ésta como sistema de creencias dogmáticas. Fue más tarde que ideología pasó a significar los propios sistemas de ideas. Fruto de la actividad de estos intelectuales vinculados a la Revolución francesa, que en principio apoyaron la figura de Napoleón y más tarde acabarían enfrentándose al general francés es que éste se referirá peyorativamente a ellos como “ideólogos”, imprimiendo al término una carácter despectivo: “El ideólogo es aquel que no conoce cómo es la realidad, sino que tiene una visión necesariamente deformada de cómo es la realidad”. (3)
Posteriormente multitud de autores de diversas corrientes de pensamiento recogerán el término dando lugar a muchas otras concepciones, pero aquí, únicamente nos referiremos al enfoque sociológico del filósofo italiano Antonio Gramsci que nos sirve para exponer hasta que punto es limitada esa idea que postula que hay pensamientos ideológicos y otros no ideológicos y por tanto que quienes reniegan de una filiación política definida estarían “libres” del pecado ideológico.
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Ideología y sentido común
Gramsci en sus Cuadernos de la cárcel retomará una acepción de ideología de las muchas que se encontrarían contenidas en la obras de Marx y la enriquecerá adoptando un sentido más complejo.
Para exponer su concepción, Gramsci parte del problema de la hegemonía, refiriéndose al modo en que en las sociedades capitalistas contemporáneas las clases dominantes mantienen su poder y privilegios mediante la sumisión de los grupos sociales dominados, ya no tanto por la fuerza y la coerción, sino fundamentalmente mediante la persuasión y el consentimiento que generan toda una serie de “instituciones” ideológicas, culturales, políticas y económicas que conforman la sociedad civil. Es decir, la hegemonía no se refiere sólo a la ideología política que pueda mantener la clase gobernante, sino también a lo cultural. No abarca sólo la ideología que funciona abiertamente a través de los discursos políticos -a los que hoy casi nadie toma en serio-, sino también y sobretodo a las dimensiones inconscientes que se expresan en el lenguaje, las tradición y los valores que se nos presentan aparentemente como neutrales.
Para exponer como opera la hegemonía sobre los grupos sociales dominados, Gramsci recurre a dos conceptos clave: sentido común y buen sentido. Gramsci considera que todos tomamos parte, seamos conscientes de ello o no, de una “filosofía espontánea” contenida en el lenguaje(4) y en todo un sistema de creencias y supersticiones compartidos que se encuentran permeados por múltiples influencias culturales, religiosas, etc. que variarían según el grupo social, la tradición e historia de cada pueblo. El sentido común gramsciano sería una concepción del mundo absorbida acríticamente por los diversos ambientes sociales y culturales en los que se desarrolla la individualidad moral del hombre medio. Se trataría de una concepción disgregada, incoherente, inconsecuente del mundo del que somos parte que estaría formada por múltiples partículas de distintas ideologías entre las que convivirían contradictoriamente elementos populares derivados de la experiencia social y otros valores propios de las clases gobernantes. Así, el sentido común condiciona fuertemente no sólo nuestra forma de pensar, sino nuestros comportamientos. Dicho de otro modo, guía nuestra forma de ver y vivir la vida.
Esta noción de sentido común nos permite acceder a comprender toda la complejidad de creencias, valores, éticas, hábitos que se entrelazan caóticamente en la mentalidad popular de un pueblo formando un mosaico ideológico que a menudo se nos presenta indescifrable. Así, cuando uno se pregunta cómo se explica que un trabajador -que vive de su salario, paga sus impuestos y ve como el paro afecta a sus allegados- confíe el voto a partidos que dictan reformas que empeoran las condiciones laborales, se está interrogando, quizás sin saberlo, sobre estas cosas de la hegemonía y el sentido común.
O cuando asistimos a reacciones fuertemente encontradas -a favor o en contra- al hablar con noticias candentes como la sustracción de material escolar realizado por un grupo de jornaleros andaluces en un conocido supermercado dirigido a las familias sin recursos, estamos asistiendo en directo a un genial ejemplo del papel que juegan en nuestro sentido común las nociones contradictorias de entender la justicia y la ética que se enfrentan en nuestra conciencia. Del mismo modo podemos advertir sin mucha dificultad como el patriarcado -imbricado en una religión como la católica, fuertemente enraizada en la mentalidad popular- interviene en nuestra manera de entender el modelo de familia y las relaciones entre sus miembros. Asimismo el eurocentrismo -que chorrea por todos los poros del pensamiento moderno- modula nuestra forma de vernos como “europeos” en el mundo desde una pretendida superioridad histórica de progreso y desarrollo frente a otros pueblos.
Todos estos son ejemplos de como algunas ideologías que no responden al concepto estrecho de ideología política toman parte de nuestro sentido común inconscientemente, condicionando nuestras opiniones y nuestra conducta a menudo en un sentido que refuerza la dominación contra nuestros propios intereses como individuos y colectividad.
En contraposición y como superación de ese sentido común, Gramsci desarrolla el concepto del buen sentido que sólo puede nacer de la determinación individual y colectiva de dejar de participar de una concepción del mundo impuesta por el ambiente externo (hegemonía de la clase dominante) para elaborar una concepción del mundo consciente y crítica propia de un grupo o grupos sociales, construyendo, a partir de los elementos potencialmente emancipadores que se confunden en el sentido común popular una nueva cultura, una ética, unos valores, y unos hábitos o pautas de vida coherentes con el mundo que nos proponemos construir.
De este modo aparece claro que lo cultural, lo ético, lo cívico es constitutivo y está determinado a su vez por lo ideológico. Entonces, ¿todo es ideología? ¿no hay discurso que no sea ideológico? Eagleton reconoce que “no hay nada semejante a un pensamiento sin presuposiciones, y en este sentido podría decirse que todo nuestro pensamiento es ideológico”, sin embargo matiza que ciertamente la ideología se restringe a aquellos asuntos cruzados por los sistemas de creencias y que tienen que ver con relaciones de poder, pues “a la hora del desayuno, una pelea entre marido y mujer sobre quién dejó que se churruscara la tostada no es necesariamente un asunto ideológico, pero se convierte en tal cuando, por ejemplo, empiezan a entablar cuestiones relativas al poder sexual, opiniones en relación con el papel de los sexos”.
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Notas:
(1) BELL, DANIEL. Las contradicciones culturales del capitalismo.
(2) Otros autores remontan los antecedentes del origen del concepto al empirista inglés Francis Bacon o a El príncipe de Maquiavelo.
(3) KOHAN, N. El Capital: historia y método.
(4) GRAMSCI, A. Introducción al estudio de la filosofía. Editorial Crítica.
(5) Existen diversas teorías semióticas de la ideología que analizan las relaciones de poder en el lenguaje.
(6) EAGLETON, T. Ideología. Una introducción. Ediciones Paidos.
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