martes, 27 de febrero de 2018

El odio y el deseo | Teoría del mal

El odio y el deseo
Odio es:
“un sentimiento de profunda antipatía, disgusto, aversión, enemistad o repulsión hacia una persona, cosa, o fenómeno, que viene acompañado del deseo de evitar, limitar o destruir el objeto de dicho odio”

Sigmund Freud define el odio como:

 “un estado del yo que desea destruir la fuente de su infelicidad”

Identificamos a una persona, situación u objeto como la causa de nuestras desdichas y arremetemos contra ella, pensando que al librarnos de ella, al destruirla, nuestra desdicha desaparecerá.


El odio suele tener su origen en una experiencia o situación que se percibe como traumática, dolorosa o humillante. Hacemos aquí hincapié en el “se percibe”, ya que el mismo hecho puede ser percibido de forma totalmente diferente por personas distintas. Misoginia, racismo, homofobia, xenofobia ... son expresiones del odio a colectivos o individuos que se perciben (obviamente, de forma irracional e injustificada) como agresivos, perjudiciales o dañinos por parte de ciertos sujetos.

Deseo y odio están íntimamente relacionados. No en vano, una máxima de la psicología moderna reza que:

“se odia lo que se desea”

En efecto, el deseo es el anhelo de saciar un gusto, un apetito. Surge de una percepción, que suscita una emoción (un proceso que está fuera de control consciente, pues se desarrolla en el sistema límbico) que luego es elaborado en forma de deseo. 

De hecho, el deseo viene, a veces, a interrumpir nuestra placidez, a desestabilizar nuestro equilibrio psicológico, a veces demasiado precario.

No en vano, la religión budista identifica el deseo como la principal causa de infelicidad humana, y una de sus enseñanzas centrales es la necesidad de suprimir o modular el deseo para alcanzar la iluminación, la paz de espíritu.

Dedicaremos una serie de entradas posterior a la descripción que hacen del mal y el sufrimiento las diferentes religiones.

El deseo y satisfacción forman parte de la naturaleza humana, pero los seres humanos hemos encontrado formas de “civilizar” nuestros deseos, de modo que podamos convivir con ellos de forma adecuada, armoniosa. Por ejemplo, somos capaces de sublimarlos en el arte y el trabajo intelectual, sustituirlos por otros, retrasar o regular su satisfacción.

La corteza prefrontal de nuestro cerebro, la parte filogenéticamente más joven del mismo, tiene un papel  fundamental en la modulación de la conducta, el control de los impulsos, la aceptación de las normas y el pensamiento abstracto. 

Un daño o desarrollo anormal en dicha zona (como la que existe en ciertas caracteropatías, o en algunos trastornos de la personalidad, caso del psicópata), conlleva que quien lo sufre sea incapaz de llevar a cabo estas actividades, fundamentales para la convivencia, y el deseo desencadena en ellos el mecanismo inmediato de gratificación, por encima de consideraciones éticas, sociales o culturales.

Si el deseo no es saciado o procesado correctamente, causa frustración, que es:

“una respuesta emocional común a la oposición relacionada con la ira y la decepción, que surge de la percepción de resistencia al cumplimiento de la voluntad individual”

Un odio prolongado causa, así, frustración y resentimiento, que es la desazón que no ha sido elaborada psicológicamente.
Publicado 30th April 2014 por Unknown

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