Este pasado mes de febrero conocíamos los datos oficiales en materia de accidentes laborales de 2017. Por quinto año consecutivo, las estadísticas siguen en alza. El pasado año nos dejó un aumento del 1,8% en el número de accidentes mortales en el trabajo. Del mismo modo, los accidentes que conllevaron una baja laboral también ascendieron en un 5% hasta llegar a los 583.425. Los más leves, los que no “necesitaron” baja, se incrementaron en un 0,5%, alcanzando los 738.584 casos. Por sectores, las tasas más altas de accidentes se concentran en la industria manufacturera, mientras que el mayor crecimiento viene de la mano de la construcción (ahora
que volvemos a hinchar la burbuja inmobiliaria). Los datos son de espanto, y sin visos de solución. Aumentos mayores, todos ellos, que los de la creación de empleo o la subida de los salarios de muchos/as de nosotros/as. Eso por descontado.
Yendo un poco más allá, estos datos no son del todo reales, pues estamos hablando de aquellos accidentes que son reportados, de los que tenemos plena constancia. No debemos olvidar que la economía sumergida, como algunos la llaman, no es nada desdeñable, que no son pocos/as los que trabajan sin contrato y en negro (y como tal, nunca “van a sufrir” un accidente laboral), como tampoco lo son los/as falsos/as autónomos/as o los/as empleados/as de pequeñas empresas cuya baja equivale al despido (y por tanto, se lo piensan mucho antes de dar parte de sus problemas de salud).
Volviendo sobre los datos, tantos años de incremento no pueden ser casualidad. Ni mucho menos que coincida con el constante empobrecimiento de la clase obrera de estos últimos años. Las reformas laborales de 2010 y 2012, con sus consecuencias a nivel de precarización y desregularización laboral, caminan de la mano de estas altas tasas de accidentes laborales. Contratos temporales, horas extra como norma, necesidad de acumular trabajos cual cromos o convenios de empresa que se pasan por el forro los protocolos de seguridad e higiene; todo ello genera situaciones de riesgo en el trabajo, falta de formación, estrés, ansiedad, carga excesiva de trabajo… En fin, un contexto propicio como ninguno para que malogremos más si cabe nuestra salud en nuestro puesto de trabajo.
Invisibilidad mediática
Más allá de los porcentajes, en su aspecto más extremo, esto supone que 2017 dejó el brutal número de 618 personas muertas mientras trabajaban (o durante el trayecto de su casa al trabajo o viceversa). 618 personas de las que apenas se habla, que parece que no son noticia, que no merecen condolencias o reconocimiento. Son trabajadores/as, no son tan importantes como el político de turno que se muere en su suite de hotel después de pegarse una buena fiesta o el banquero que se suicida en una finca de caza mayor. No abren telediarios, y casi ni los cierran.
Lo que si abre telediarios son tertulianos/as, naranjitos/as y demás gillipollas hablando de las bondades del libre mercado, de la necesidad de contratos únicos que nos hagan a todos/as igual de precarios/as o de los/as pobres empresarios/as que no podrían generar empleo si los despidos fueran más caros. Y tenemos que soportar escuchar semejante discurso de mierda un día sí y otro día también, para que de este modo nos lo acabemos creyendo.
Algo habrá que hacer
Ante esta situación, no cabe más que incidir sobre la necesidad de organizarnos como clase. Nuestra actual posición en la balanza del mercado laboral, en constante retirada, a rebufo de las necesidades de los/as empresarios/as, facilita enormemente que nos convirtamos en carne de accidente. Estamos inmersos en una dinámica de derrota tras derrota, con lo que nuestras condiciones de trabajo están cada vez más en caída libre. En este sentido, sólo nos queda tratar de revertir la situación desde abajo, desde nuestros puestos de trabajo. Luchar por mejores condiciones, contra las horas extra, contra las presiones para aumentar la carga de trabajo, contra los despidos de compañeros/as (que a unos/as abocan al paro y a otros/as al sobre trabajo). Y de ahí hacia arriba, pues está claro que una lucha por el aumento generalizado de salarios y por el recorte de la jornada laboral repercutiría sin dudarlo en estas tasas de accidentes laborales, pues de esta forma se atacarían varios de los condicionantes que los provocan (o al menos, facilitan).
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