martes, 19 de marzo de 2019

El Monoteísmo De Mercado

La fe es liberadora, porque realmente no es un aumento de sentido, sino también – como dice Ricoeur – un aumento de acción.

¿Se puede ser marxista y cristiano? ¿Cómo describir a un hombre que ha luchado intensamente por encontrar su verdad en medio de tanta guerra interna? En 1972 Roger Garaudy, marxista y escritor cerro su libro Palabra de hombre con una frase lapidante: “soy Cristiano”. Miembro del Partido Comunista Francés (PCF) desde 1963, parte en esta época a Estramburgo para estudiar teología con Karl Barth. En 1968 participa en la Primavera de Praga debido al desencantó que sufrió por el Comunismo Ruso, en consecuencia es expulsado del PCF y se convierte al Catolicismo. Para inicios de los años 80s conoce a Salma Farouqui, activista Palestina con quien contrae matrimonio y se convierte al Islam. En la década de los 90s escribe Los mitos fundacionales del Estado de Israel por el que fue juzgado y condenado en París.


Pero centrémonos en el Cristianismo de Garaudy. Muchos son los detractores de este filosofo frances, lo acusan de su poco apego a la Ortodoxia Cristiana y de su fe multicultural, pero ¿se le puede pedir menos a un personaje tan singular?. Sugiero que el Cristianismo de Garaudy es una afirmación del camino que el hombre tiene que emprender para alcanzar su libertad, en ese sentido la fe es el medio para alcanzar esa libertad de la que habló Jesús. Tal fe como camino afirma Garaudy, evita ser unidimensional y sub-desarrollado, de hecho, la fe le permite al hombre desempeñar su papel en la creación plenamente.

Aunque los criticos de Garaudy digan que como Cristiano huye de la afirmación de un Dios trascendente y que para él trascendencia no sea más que una nueva dimensión especifica de hombre, intramundana y relativa, que su cristianismo es engañoso y que su conversión tenga todas las apariencias de un intento de re-interpretar el cristianismo en términos marxistas de inmanentismo terreno, creemos que el aporte que Garaudy a hecho a la teología política es innegable e innovador al mismo tiempo. Al menos es lo que deja ver en su excelente ensayo “el monoteísmo de mercado”.

¿Cómo llega Garaudy a concluir que el mundo sufre de un monoteísmo de mercado?

Carl Schmitt escribió: “Todos los conceptos centrales de la moderna teoría del Estado son conceptos teológicos secularizados. Sólo teniendo conciencia de esa analogía se llega a conocer la evolución de las ideas filosófico-políticas en los últimos siglos”. 1

Se podría decir que está es una primera definición de teología política. Teólogos y filósofos han desarrollado perspectivas diferentes para intentar explicar el comportamiento de las sociedades en torno a los ídolos que han levantado. El tercer mundo ha tratado de construir una teología política que explique el por qué de su atraso. Es en este marco, donde Garaudy piensa que las sociedades monoteístas han levantado un ídolo, es decir, el mercado. Así como también piensa que el dios de esté ídolo es el imperialismo.

El imperialismo o los imperialismos han sido sustentados por teologías míticas. Teologías que creen en un pueblo de Dios que será elegido y reinara sobre los demás pueblos de la tierra. Teologías basadas en un Dios trascendente que frente al mundo ha venido golpeando a la iglesia desde hace tres siglos. Está imagen del Dios trascendente como soberano del mundo trajo y apoyó monarquías, dictaduras y aún democracias que aniquilaron todo sentido de comunidad e igualdad.
La economía de mercado en las democracias occidentales se a levantado como un dios. De ahí que “vivamos una despiadada guerra de religión”2 Este monoteísmo cubre varias idolatrías como el amor al dinero, al poder, al nacionalismo y al integrismo. Garaudy piensa que está religión tiene un credo:

“Producir cada vez más cualquier cosa y siempre más de prisa. No importa que lo producido sea útil o inútil, dañino o mortal. Esta nueva religión tiene dogmas definidos por sus grandes sacerdotes, los tecnócratas "ordenántropos", cuya técnica puede supuestamente dar respuesta a todas las preguntas y satisfacer todos los deseos. Todo lo que es técnicamente posible sería entonces necesario y deseable. Tiene su liturgia, la publicidad y el marketing, condicionando a los pueblos a encontrar su felicidad y su salvación en esta acumulación... Esta nueva religión -el monoteísmo del mercado- domina hoy el mundo y tiene un dios cruel que exige sacrificios humanos.”3

¿Podrán dejar está religión idolatra las sociedades Occidentales? No se trata de elegir un bando, ser de derecha o de izquierda. Y no digo que uno tenga que ser neutral. Se trata de poner en práctica la fe, en especial la fe del Cristianismo. ¿Para qué sirve la fe del Cristiano? Sirve para mover montañas, las montañas de la polarización económica del mundo, de la acumulación de la riqueza de unos pocos y de la miseria de otros. Las sociedades Cristianas tienen que agrupar a los hombres de fe, hombres que estén dispuestos a crear núcleos de resistencia humana basándose en la premisa básica de la igualdad del hombre.

Parece que las grandes potencias económicas han dividido al mundo en dos, Oriente y Occidente. Para poder derribar tal división es necesario que Oriente y Occidente se unan bajo una misma bandera, la bandera de la fe y la libertad. Se trata que los hombres de fe sean capaces de cambiar el paradigma de la religión, “el siglo XXI será espiritual o no será” (Andre Malraux). Ya no podemos seguir creyendo en teologías de dioses que necesitan sacrificios para perdonar, ni teologías de intercambio en dónde el hombre espera la buena dádiva de la voluntad eterna. Debemos excluir las teologías de la dominación como menciona Garaudy, porque la religión que podrá salvar al mundo no será el Cristianismo ni el Islam.

Garaudy no busca una solución trascendente como un apocalipsis divino, sino encuentra la solución en el hombre como poseedor de la esencia divina:

Sobre esa tierra de mensajes divinos, de fecundación de lejanas espiritualidades, Oriente y Occidente se unieron encarnándose en un hombre: Jesús. Jesús enseñó que los mismos Dioses mueren y que su muerte no está separada de la vida en sus incesantes resurrecciones.


En esa bisagra constituida por el Cercano Oriente, los Padres de la Iglesia nos dieron el verdadero sentido de la « buena nueva » de esta encarnación: Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera llegar a ser Dios.


La fe -en medio del provisorio reino del monoteísmo del mercado- tiene necesidad de un « río de fuego » (Feurbach), para prevenirnos contra la tentación de proyectar en un Dios o en varios Dioses, la voluntad de poderío del hombre ; ese « río de fuego », es el que Marx y Nietzsche nos llamaron a atravesar para alcanzar la fe más allá de las alienaciones religiosas.4

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